II. De la expulsión del Tirano

Las islas británicas son un territorio aislado de manera natural, que tuvieron la mala suerte de ver los pies del Tirano hollar sus costas sagradas, mucho tiempo atrás. Me refiero a Mithras el Maligno, la deidad del movimiento intestinal que provocó la caída del Imperio Romano al emponzoñar la mente de las Legiones. El Tirano fundó un egocéntrico culto entre los soldados, exigiendo lealtad a su infame persona en lugar de a Roma, amenazando con detener el peristaltismo de quien no lo hiciera, amén de otras calamidades viscerales aún más insidiosas.

Pero la destrucción de aquel noble imperio no le contentó por mucho tiempo y pronto se dedicó a la tortura de los Cainitas de Londres. Mithras el Maligno no es un tipo especialmente fuerte o valiente, pero ha sabido rodearse de una pandilla de sujetos indeseables a su medida, que le protegen y actúan como una mafia. Cuando se fundó la Camarilla él se postuló como Príncipe de Londres, asesinando vilmente a los candidatos que el pueblo quería y con sus mafiosos amedrentando e impidiendo cualquier protesta.

Durante siglos Londres fue, pues, una ciudad oscura y amargada. Pero una vez dentro de la secta, Lord Nathan no pudo ignorar más esta circunstancia y pidió una entrevista con el Maligno. Puso fin a su reinado siniestro: le advirtió que su conducta era intolerable y a partir de esa misma noche, él mismo se ocuparía de denunciar los abusos y proteger a la población vampírica y humana del dominio. Reprobó las villanías de Mithras y le exigió cambiar de actitud, insinuando suavemente que llegarían a las manos de ser necesario.

El persa huyó enseguida de Londres, con sus vándalos. Aprovechó una distracción para marcharse sin demasiadas miradas. Lamentablemente fue a parar a París, donde asesinó enseguida a la legítima y admirada Princesa Dianne, robándole el trono acto seguido. Una traición inesperada por la que Lord Nathan aún se siente culpable (aunque no fue en modo alguno responsabilidad suya). Al menos el destino guardaba una sorpresa para el Maligno: París es una ciudad civilizada y organizada, y el Senescal y el Maestro de Armas, ambos gente de confianza y buen hacer, ponen límite a su insaciable ansia destructiva.

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